sábado, 26 de junio de 2010

Tardes de parque


















He oído contar desde pequeño muchas cosas. Una de ellas es que a medida que se acerca el verano, los días se hace más largos. Tal vez eso sea cierto ahora, pero no desde luego, cuando empezaron a decírmelo.
Recuerdo cuando ya no tenía clase (colegio), como he dicho en alguna ocasión, clase y glamour tengo para repartir.. Pues bien, inmersos en las vacaciones, nos podíamos quedar a jugar en la calle hasta que se hacía de noche, o hasta que oíamos el silbido de mi padre (el famoso Fiu-Fi-Fi). Más frecuentemente lo segundo, que lo primero.
Eso de que los días eran largos era un completo embuste. Jugando con tus amigos, se te hacían desesperadamente cortos y cuando llegaba la oscuridad, que era el mejor momento para jugar al escondite, o para permanecer en la guarida de los ladrones, agazapado,  invisible para los policías, surgía de entre el crepúsculo de la tarde, proviniente de las alturas, el silbido de mi padre. 
En esos momentos odiosos, me prometí que cuando fuese mayor, corregiría cada uno de los defectos que veía en los míos. Una buena forma sería dejar que mis hijos jugasen hasta que ellos decidieran cuándo tocaba el fin. Se acabaría la ignominia de ser siempre los primeros en subir a casa.
Por supuesto, ahora en la edad adulta incumplo cada una de las promesas que me hice de niño y como un eco que no cesa, escucho sin querer, salir de mi boca las mismas frases que ellos me decían a mí.

Ahora los días no son tan cortos como cuando era niño. Pero tampoco son tan largos como me quieren hacer creer. Los días son eternos, interminables...
Y el que tenga niños en número superior a dos y en edad vacacional, sabe a lo que me refiero. No es producto del calentamiento de la corteza terrestre, ni de la desviación del eje de la Tierra por el terremoto de Chile. Se debe a la constatación práctica de que son como el juguete de mi infancia, el Cinexín.
Mis hijos, no tienen fin.
Las tardes las pasamos en el parque, tratando de cansarlos y llevarlos a la extenuación, cosa que consigo cada día, pero la mía.
Siempre hay Un poco más, la última vez, ya voy...
Pero si he de ser sincero, esos ratos muertos en el parque me permiten reflexionar y recordar mi infancia. El otro día me vino a la memoria aquella historia real, por supuesto, de un primo de un primo de un amigo, que me juró que había visto cómo un niño se columpió tanto, que fue capaz de darse la vuelta por completo.
- ¡Qué valiente! - pensé - Yo en cambio soy un cagado, que en cuanto noto esa cosa en la barriga, me voy frenando...
Son 360º de mito infantil clásico. Para mi sorpresa, esa hazaña la fue repitiendo esa criatura en cada pueblo, en cada parque, en cada columpio, pues es como la conocida historia de la autoestopista, que se ha subido a todos los coches en cada curva de cada carretera de nuestra geografía...

En fin, ya me van quedando pocos días de permiso penitenciario, perdón, permiso de paternidad y en breve comenzaré a ver pacientes de nuevo, a cruzarme los semáforos en rojo, a comer de tres intentos y a ir a saludar a borrachos a las cuatro de la mañana. De tal belleza es la vida laboral del médico de emergencias.
Hasta que llegue ese fatídico momento, voy empujando la pequeña espalda de Marta, mientras se balancea en el columpio y me va pidiendo: "Ahora más fuerte... no, Papi, flojito, que tengo miedo... Papi. empújame más... Papi, no me empujes que lo hago sola... Papi, empuja que me estoy parando..."
Yo le digo: Marta, no te empujo fuerte, porque yo conocí un niño, que llegó a darse la vuelta entera...
Ella me mira con sus grandes ojos y con la boca abierta, asombrada por el increíble relato. Mientras, voy mirando con el rabillo del ojo, por si aparece de verdad ese niño trapecista y Marta me dice que le empuje más fuerte...

martes, 22 de junio de 2010

El médico en casa

No hay nada más tranquilizador para una familia cualquiera, que contar con un pariente que sea médico. O al menos eso es que lo que te dicen, cuando de vez en cuando te hacen una consulta.
Todo se inicia cuando suena ese teléfono, o te pone su mano en tu hombro en esa reunión familiar. Inmediatamente te coge de sorpresa y sin tú quererlo, te abordan más o menos así:
-Oye, Mel, ¿te puedo hacer una consulta?
Y de inmediato, se convierte en paciente tuyo. Y ahí comienza una relación inédita, en la que ese nuevo usuario deposita todos su ahorros de fe en tu banco de saber. A partir de entonces serás juzgado no tanto por tus aciertos o errores, sino por el interés que muestras a ese problema. Lo importante es el trato y sobre todo, mantener la atención. Aunque lo que te digan en ocasiones pueda ser un disparate, se tiene que ser extremadamente diplomático y nada irónico. No debes olvidar que ese paciente lo será tuyo, PARA SIEMPRE.
Si todo va bien, acabará la conversación con un típico: 
- ¡Qué suerte tener un médico en la familia!

Además, habrá un efecto cascada y paulatinamente irán llegando más clientes a tu consulta virtual. Un ejemplo que ilustra esto es la propuesta que hago: Toma la tensión a un pariente en un acontecimiento familiar. No habrás acabado de medirla, cuando se empiezan a apuntar uno detrás de otro.
Para quien sea amante de ser el centro de las reuniones, ésta es la carrera ideal, pues queriendo o no, te conviertes en la estrella de estos encuentros.
Si además trabajas en las emergencias, no es tampoco infrecuente que te inviten a contar anécdotas, pues "en ese trabajo tienes que ver tantas cosas..."
Y la verdad es que de vez en cuando surge alguna historia curiosa, que te permite no sólo contar, sino escribir unas líneas.
Visto lo visto y dado el interés que suscita la Medicina de andar por casa, al menos en mi familia, desde mi humilde lugar como galeno de tres al cuarto, quería hacer unas aportaciones para desmitificar algunas leyendas populares que permancen  con respecto a la Medicina.
 
No se puede decir que fuese un gran estudiante en la carrera, pero puedo prometer que aunque no tuve grandes notas, no me dejé ningún tema sin estudiar para llevar a los exámenes. Por eso puedo afirmar, que en ninguna asignatura se me habló del famoso Geito, término canario que describe las luxaciones, distensiones,  malas posturas, o no sé qué movimiento articular, cuyo tratamiento es incierto, porque esta enfermedad no aparece en ningún tratado médico. En el mismo saco podríamos incluir el no menos celebérrimo Airón. Al parecer, origen eólico de la infección por herpes labial.
Viene a mi memoria aquella frase de mi querida madre, que cuando salíamos de algún lugar al exterior, nunca olvidaba decirme: Melito, cierra la boquita, que no te entre airito, mi niño...
Recomendaciones que nuevamente no encontré en ningún manual de Medicina Preventiva, para evitar la aparición de neumonías (que no pulmonías) o de cualquier infección de las vías aéreas.
Me imagino que a estas alturas ya nadie guarda aquellas interminables dos horas de digestión, que nos privó de tantos baños estivales en la piscina del Club Náutico, pero en cambio, sí que aún continúo observando, (incluso en mi casa), la obsesión femenina por no acostarse con el pelo mojado, pues al parecer, provoca afonías, faringitis o cuadros catarrales de difícil curación. Huelga decir, que el cuero cabelludo mojado tampoco figura en  ningún capítulo de Neumología...
Hablando de catarros, otro mito: La naranja NO sirve para tratar los catarros. Y el agua, aunque no cura, ayuda a que los mucosidades sean más fluídas, aunque no sea la panacea. Otra buena indicación del agua, junto con sales, es para el tratamiento de diarreas, pues se repone el líquido perdido. Digo esto, porque mi hermana María se mofa de mí, acusándome de que el agua es el único tratamiento que le receto.
 
La Pediatría fue la última asignatura que aprobé y no recuerdo haber estudiado por ningún lado, que cuando los bebés lloran mucho se les salga el ombligo. Lo único que sale al exterior, es el nerviososmo de los padres... ¡Y de los vecinos!
 
Pues sí señor. Soy el médico de la familia. Principio y si no nos cae la maldición, fin de una saga. Tiri quiere ser domadora de orcas, Marta, princesa (y si lo logró Letizia, ¿por qué ella no?), A Guille le vuelven loco los caballos y Clara, sólo come y duerme.
A mí me toca evitar que cometan el mismo error en el que cayó su padre. 
Esto de ser famoso es agotador...
 
 
 

domingo, 20 de junio de 2010

Mi mejor regalo

Hace unas semanas contesté la propuesta de una amiga en su blog. Ésta consistía en hacer una reflexión personal y contestar una sencilla pregunta: ¿Cuál es el mejor regalo que te han hecho?
Fácil cuestión a priori, incluso infantil en un primer vistazo, pero que tras meditarla, no tiene una fácil respuesta, si lo que se ha de responder es una sola cosa.
Incluso invito a todo el que intencionadamente haya llegado hasta estas líneas, o a cualquiera que la marea haya traído hasta esta playa, que se anime a tratar de pensar sobre el tema.
Yo me lancé a la piscina del alma y respondí lo siguiente: "La pregunta parece simple, pero en realidad es muy difícil de contestar. Yo no puedo distinguir entre lo material y lo que no es. ¿Qué diferencia hay entre lo que se ve, se toca a lo que se siente? No sé si me corresponde añadir una respuesta, pero me cuesta resistirme a decir algo.
Lo escribiré deprisa, intentaré no releerlo, o me arrepentiré de haberlo escrito.
El mejor regalo que he tenido nunca lo tuve de Lourdes, mi mujer. Llevábamos apenas unas semanas juntos y un día, sin venir a cuento, me acarició la mejilla. Yo solté una lágrima. Ella me preguntó: ¿Porqué lloras? Yo le respondí: Porque soy feliz."

Hoy, dos meses más tarde creo que me apresuré en responder aquella pregunta.
El mejor regalo, aunque ha sido de los mejores de mi vida, no fue aquella caricia maravillosa que recordaré siempre. Porque el mejor regalo que he tenido nunca, Lourdes, eres tú.

miércoles, 16 de junio de 2010

Trece



No hay nada como estar de vacaciones. Atrás ya han quedado las clases y los exámenes felizmente superados.
Este verano me lo voy a pasar en grande. Estoy convencido. Por otro lado, creo que me lo merezco, después de un año tan duro.
Por eso me he venido a El Médano, a casa de mis tíos. Aquí estaré el mes entero. Mi única preocupación será levantarme a tiempo para desayunar, hacer la cama y sobre todo, pasármelo bien.

Nuestro tío Pepe nos ha dejado ese aparatito nuevo que se ha comprado llamado Walkman. Es increíble. Con unos cascos se oye en estéreo las cintas de cassette que hemos grabado de la radio. La pena es ese locutor que siempre se empeña en hablar en las canciones, pero mi primo Ernesto ha conseguido juntar dos grabaciones y casi no se nota el corte. Gracias a este truco oímos Relax, Shout, o Cherish de Kool & the Gang, como si hubiésemos comprado el disco ¡y gratis!
Por si nos aburrimos, me he traído el Spectrum y un montón de juegos, pero creo que ni lo vamos a sacar de la caja.
Además, desde hace unas semanas tenemos una Vespino, bueno, en realidad la lleva Ernesto, pero lo importante es que se ha acabado el depender de los demás para ir y venir a la playa.

Ya está empezando a llegar todo el mundo de vacaciones al pueblo. Hay claramente dos grupos: los oriundos del lugar, a los que llamamos las hijas de las barqueras del Médano y los que venimos de fuera, bautizados por ellos como Los niños pijos de Santa Cruz. Nosotros poco a poco, hemos hecho un grupito en la playa. Somos como unos veinte y la verdad es que hay unas cuantas niñas monas. Nos pasamos el día allí y por las noches nos juntamos de nuevo en los escalones de la plaza a contar chistes y a veces, a cantar. A lo mejor consigo vencer de una vez por todas esta timidez y le digo algo a una de las niñas del grupo, que es muy guapa... O eso, o mi primo se me adelanta y me deja con las manos vacías. Así que mejor me espabilo un poco, que ya tengo trece años. Ya voy teniendo edad para dejarme de tonterías...

jueves, 10 de junio de 2010

El Príncipe de la casa

En estos días de retiro paternal en los que solamente abandonas el hogar para sumergirte en la burocracia de registros civiles, seguridad social, delegación de Hacienda, y un largo etcétera que no quiero ni pensar, me siento como el conejo de Alicia. Entiéndase bien, el del cuento, que corría desesperado, exclamando: ¡No me da tiempo!, ¡no me da tiempo!...
Por eso no es de extrañar que mis preocupaciones, mis alegrías y mi inspiración, se encuentren precisamente en casa.

Como todo el mundo sabe, o mejor dicho, como todo el mundo opina y te comenta, cuando aparece un nuevo hijo, hay que tener mucho cuidado con sus hermanos, especialmente con el más pequeño, pues es muy probable que se vea afectado por el temido Síndrome del Príncipe Destronado, de devastadores efectos en el equilibrio y armonía familiar.
Como somos gente precavida, para evitar grandes traumas en nuestro hijo Guille, de dos años, hemos tenido la precaución de irle introduciendo de forma paulatina desde hace meses, pequeños cambios en su vida, preparándolo para cuando llegue el momento del derrocamiento.

Estos cambios han consistido, por ejemplo, en quitarle los pañales desde hace unas semanas, retirarle el coche oficial, convirtiéndolo en un peatón más y en irle nombrando su hermanita Clara constantemente, para que se fuese acostumbrando. Pronto supo que su futura hermana iba creciendo progresivamente y era la causante de que la barriga de su madre se hiciese más y más grande.
Y llega un día en que se acaban los ensayos y se produce el estreno de la obra. Ya la tenemos aquí y todos nuestros esfuerzos se vuelcan en evitar la aparición del síndrome maldito.
Esto nos lleva a ser muy cariñosos con él y  de alguna manera a consentirlo un poco más. Guille se lo ha tomado muy bien. El bebé le encanta y desde el primer día que la conoció en la clínica, la atiborra a besos y caricias que deben ser vigilados de cerca, por su excesiva efusividad.
Pero no debemos bajar la guardia, pues el germen está presente por todas partes y en cualquier momento puede hacerse con el joven huésped y diseminar la terrible enfermedad.
Una manera clásica de atajar el problema es hacerlo conocedor cuanto antes de que su hermanita ya ha llegado y ese bebé que ahora ocupa un lugar en casa, necesita que lo cuidemos y lo queramos mucho. Por eso es importante que participe de tareas como cambiar pañales, o ponerle el chupete, para que el depuesto príncipe crea erróneamente que todavía ocupa el trono. Para cuando se haya dado cuenta, ya será un vasallo cualquiera.

Y como la teoría la dominamos a la perfección, la puesta en práctica no nos ha costado ningún esfuerzo. Es lo que pasa cuando uno es un experto en la materia. Guille ya tiene a su sucesora en casa y disfruta de estos cambios que sin haber sido consultado, le hemos impuesto en su vida. Lo ha aceptado todo y ha entendido esta nueva situación de una manera excepcional y continúa siendo el niño cariñoso que siempre ha sido.
La otra noche sin ir más lejos, cuando estaba ya en la cama, a punto de dormirse, le di un beso y me acordé. Le dije: Guille, ¡No le has dado el beso de buenas noches a Clara!... ¡Corre! ¡Vete a dárselo!
Con esa sonrisa que tiene tan contagiosa, me miró, se bajó de su camita y fue corriendo hasta el salón. Lo había entendido perfectamente. Nuestros temores no tenían ya ningún sentido.
Tan feliz iba que pensé: ¡Qué bien lo hemos hecho! Esto ha sido mucho más fácil de lo que pensábamos...
Allí, lejos de la cuna donde estaba su hermana, Guille se acercó a su madre, le levantó el camisón con sus dos manitas y como venía haciendo cada noche, los últimos meses, se acercó y le dio un sonoro beso en la barriga.

lunes, 7 de junio de 2010

Buenas costumbres

Hace un tiempo tuve la oportunidad de estar en Londres con un grupo de estudiantes de posgrado. Todos habían llegado desde distintas partes del mundo para estudiar durante un año, en un nuevo país, que para alguno iba a ser muy distinto de donde provenían. Ése era el caso de Yuko, que venía desde Japón.
Un buen tema de conversación era contar las costumbres del país, graciosas algunas, pero siempre sorprendentes. De todas, la única que conservo en la memoria es la de Yuko. Nos descubrió que en su país está mal visto demostrar los sentimientos en público.
Y eso lo llevan a rajatabla. Me comentaba que cuando se marchó un año a Inglaterra, sus padres y su hermano le acompañaron al aeropuerto y la despedida fue un leve movimiento hacia los lados de la mano.
Recuerdo que le pregunté asombrado: "¿Pero esa fue la despedida? ¿No te hubiera gustado darles un abrazo y besos? Te ibas un año entero fuera de casa..."
Ella me contestó: "Claro que me apetecía, pero eso no está bien. Por eso ya nos habíamos besado y abrazado en casa, antes de salir hacia el aeropuerto."

Evidentemente, dos países tan lejanos como los nuestros, no es de extrañar que tengan costumbres tan distintas. La patria, no por ello ideal, es toda algarabía y pruebas ostensivas de sentimientos y si estas demostraciones están un poco regadas por el alcohol, mucho mejor.
Vivimos por tanto, en un lugar donde no es infrecuente los piropos, el pequeño toque de claxon, seguido del "Rubia, rubia...", que no tiene respuesta de su destinataria y no nos asombra el encontrarnos con parejas de jóvenes demostrándose su amor imperecedero, a lomos de una moto mal aparcada en la acera.

En este lugar y con este panorama que nos ha tocado vivir, esta tarde fui a buscar a los niños, para llevarlos a la clínica, a ver a su hermana Clara, recién nacida. Guille correteaba a mi alrededor, sin parar y Marta iba caminando dos pasos por detrás de mí.
Cuando comenzábamos a encarar el último repecho de la subida hacia el hospital, Marta aceleró y tocándome el brazo, me hizo girar y me dice: "Papi, mira a esos..." - señalando con el dedo a una pareja subida en una moto, besándose apasionadamente.
- Se están besando, Marta -  le contesté.
- Puajj, qué asco, Papi, se besan en la boca...
- Marta - le dije - ¿Qué tiene de malo? ¿Papá y Mamá no se besan así?
- No, Papi - me replicó con las cejas fruncidas y moviendo su dedito índice - Eso no se hace en la calle, se hace en casa. ¡Qué asco!

Tanta rotundidad me dejó sin palabras. Cada día aparece ante ti algo nuevo y la vida te sorprende con cosas que no esperabas. Yo hoy, sin ir más lejos,  he descubierto que tengo una japonesa en casa.

sábado, 5 de junio de 2010

Clara

Nadie sabe a ciencia cierta de antemano, el momento en el que te sorprende el nacimiento de tu hijo. Ni siquiera las eminencias obstétricas son capaces de ponerse de acuerdo y enunciar una hipótesis razonable que explique los mecanismos que hacen que el parto empiece ¡ya!
Y puesto que ni los sabios lo saben, con mucho menos motivo se nos puede pedir que intuyamos, ni siquiera imaginemos, que te ibas a adelantar tanto.

Ya estás aquí, y como has tenido tanta prisa en llegar, te tendré que poner al día.
La verdad es que me pillas un poco a contrapié, porque si hubieses cumplido con el horario, no te habrías adelantado dos semanas. Eso no encaja en la impuntualidad de la que se me acusa injustamente. 

En estos momentos estás en la cuna de la habitación. Dentro de diez minutos cumplirás tus primeras ocho horas de vida. Mientras, con esos gorgoritos entretienes la estancia, como hacen los grillos en las noches de verano.
Ahora, te adelanto, en las próximas horas, e incluso en los próximos días, te espera una evaluación exhaustiva acerca de a quién te pareces y por supuesto, cuál será el color definitivo de tus ojos.
Esas personas que has visto hoy, son tus abuelos, tus tíos, que no querían perderse cada uno de tus primeros instantes entre nosotros.
La niña con inmensos ojos azules y pecas es tu hermana Marta. No tardará en salir de su asombro y perplejidad que le ha causado descubrirte y pronto te sorprenderá con comentarios inteligentes y sesudos, cuando se restablezca de la enorme excitación que le supone por fin, haberte conocido.
El otro individuo es tu hermano Guille, que pronto te hará compañera de aventuras, pues no es casual que su nombre coincida con unas historietas de otra época, llamadas Guillermo el Travieso. De los dos, hoy has recibido el primero de un millón de besos. Te propongo irlos contando y verás como tengo toda la razón.
Marta y Guille tienen una devoción especial, de la que pronto te contagiarás, por su hermana Tiri, que te enseñará a correr, trepar, esconderse y a usar la imaginación en cada uno de sus mundos inventados.

A Mamá ya la conoces, llevas con ella desde siempre y como irás comprobando, es mucho más guapa que como te la imaginabas desde dentro. Si no, escucha cuántas veces dice Marta al cabo del día: Mami, guapa, guapisísima...
Pero además es fuerte, valiente, simpática, inteligente. Por eso has tenido la mejor de las suertes por haberte tocado como madre. Lo único que tendrás que hacer será quererla mucho y a cambio, lo tendrás todo. Te aseguro que será la tarea más fácil de toda tu vida.

Por último sólo quedo yo, soy ése que te mira con ojos incrédulos, ése que disfruta cogiéndote en brazos y acariciándote ese peinado con el que has venido de ese viaje. Soy ése que verás siempre cuando gires tu  cabeza hacia atrás, cerca de tu hombro. Ése que inventará cuentos que contarte casi cada noche. Soy el que te hará rabiar cuando apague las velas de tu cumpleaños antes que tú. Soy el que te querrá siempre. Soy aquél que verás lleno de orgullo, cuando aparezca y se presente diciendo: Soy el padre de Clara.

martes, 1 de junio de 2010

Celebro mi cerebro



Esta mañana cuando comencé la guardia en el helicóptero tenía la corazonada de que alguna situación curiosa me brindaría la oportunidad de redactar unas líneas. Así vive el escritor mediocre, como el cazador de mariposas, agitando la red, esperando capturar algún coleóptero.
Y como suele suceder, en el lugar más recóndito, surge la excusa para escribir.
En un rincón de la UCI del Hospital de Sant Pau de Barcelona, donde había trasladado al segundo paciente del día, me lo encontré.
Estaba tirado, deliberadamente abandonado, desparejado,  descuadrado, despreciado, dejado, doblado por el medio, el diario de hoy. 
Lo desdoblé rápidamente y como sucede en ocasiones, entre el maremagnum de conflictos bélicos, diatribas políticas y hazañas deportivas fugaces que no trascienden más allá de una jornada, aparece ante tí un personaje interesante cuya entrevista no tiene la trascendencia de la inmediatez del día en que se publica, pero precisamente por eso, puede alargarse y permanecer vigente a lo largo del tiempo. 

Hoy aparece una neuropsiquiatra, experta en el estudio neuronal del comportamiento sexual del ser humano, adelantando las diferencias entre el hombre y la mujer, en cuanto al deseo y la importancia del sexo en su comportamiento.
La entrevistada comenta que hay un malentendido clásico entre hombres y mujeres.
Sus pacientes varones a los que se les pregunta: "¿Cómo sabes que ella te quiere?", contestan: "Porque practica el sexo conmigo".
En cambio ellas suelen responder: "Porque habla conmigo" o las más ingenuas: "porque me escucha".

Pido perdón por la parte que me toca, pero este impulso sexual,  es ajeno a mi voluntad, o a la educación espartana que me han dado. Al parecer, todo está expresado en un gen, que a los hombres nos mantiene en un estado de "salidera" constante, volviendo loco a nuestro cerebro con destellos de excitantes ideas libidinosas, que no siempre somos capaces de reprimir. La mujer, por otro lado, está sometida a los efluvios de las secreciones hormonales, con esas descargas caprichosas e inconstantes, que tanto despistan al siempre alerta macho alfa.

Pero que nuestras mujeres no teman por este acoso constante, ya que como todo, este deseo sexual está condenado a un final más o menos lejano.
Robert Redford ha dejado de ser para mí un mito, desde que dijo que los 70 años habían sido un alivio, pues le habían liberado del impulso sexual que le había acompañado toda su vida. Irónicamente se sentía descansado por "no tener que ir más donde iba mi rabo".

Visto lo visto y ya que somos como ese junco flotando en una corriente irrefrenable de testosterona que lo arrastra, y dado que me quedan aún casi 30 años de cerebro lujurioso, mejor recojo mis cosas, y en cuanto acabe esta guardia, me marcho corriendo a casa.