jueves, 29 de abril de 2010

Alma urgente

Todo el mundo tiene un comienzo. Y te suelen recomendar que empieces lentamente, como cuando pruebas algo por primera vez, sorbo a sorbo... Que cada paso lento sea firme, para evitar retroceder.
Hoy he empezado algo nuevo. Aceptando la invitación de mi amiga, la Dra Jomeini, cuyo estupendo blog recomiendo, he redactado mi primer relato, si no contamos Las aventuras de Carlos y su padre, que escribí con diez años. Como se ha de empezar de menos a más, he aquí mi microrrelato, concurso que hace la cadena SER cada semana. Los requisitos son: Comenzar con la última frase del ganador anterior, en un máximo de cien palabras. Éste ha sido el resultado de mi osadía.
Hasta que decidimos colgarla en la pared, no pudimos apreciar su sombra translúcida, el relieve y la silueta de sus curvas.
El fluorescente parpadeaba, hasta encenderse por completo.
Y la luz, al mostrarse a través suya, les trajo la verdad.
El hombre de bata blanca deslizó suavemente sus dedos por la placa, tragó saliva y se volvió, buscando a la joven.
Ella oyó las palabras que confirmaban sus peores sospechas y sus mayores miedos:
- Siento decirte que este hombre no podrá hacerte feliz nunca. No tiene corazón.

martes, 27 de abril de 2010

Hacerse mayor

Cary Grant no sólo era un gran actor, también era el autor de citas célebres como: "Cuando alguien te dice qué joven estás, en realidad te está diciendo qué viejo eres..."
Frase que siempre he sido muy joven como para aplicármela a mí mismo, pero que poco a poco, se va adaptando a mis circunstancias.
Aprovechando que estamos en confianza, debo hacer una confesión: Aunque ahora Barcelona es mi ciudad, me encanta ir de vez en cuando a Tenerife, mi isla. Pero más allá de una cierta melancolía por mis orígenes, se trata de otra cosa bien distinta. Disfruto encontrándome con gente que hace años no veía, antiguos compañeros de facultad, de instituto, e incluso desconocidos cuyas caras he visto toda la vida y que jamás hemos intercambiado palabra alguna. Paseo con los ojos bien abiertos, viendo como la isla va cambiando a un ritmo vertiginoso y cómo las huellas del tiempo, se van haciendo mella en todo el mundo. Y mientras, como un mero espectador fácil de engañar, quiero creer que a mí no me sucede lo mismo.
Pero de vez en cuando aparece alguna prueba del paso de los años, como nos sucedió hace unos días, en forma de foto casi olvidada. Entre unos papeles se deslizó una foto de verano de Lou y viendo la cara angelical de sus poco más de quince años, no pude evitar sonreír.
Junto a nosotros estaba nuestra hija Marta, a quien le enseñé la foto. La tomó con sus manos y la observó un rato.
Nadie dijo nada, aunque todos pensamos lo mismo. Hasta que Marta rompió el momento de silencio con la sesuda reflexión que dan sus casi cuatro años:
- Mami... ¿Cómo hemos cambiado? ¿...Eh?
Nuestra hija se está haciendo mayor, eso es indudable, pero nosotros también. Yo mientras, por si acaso, mis fotos antiguas las sigo teniendo escondidas...

viernes, 23 de abril de 2010

Cebollas


Hoy voy a proponer un pequeño ejercicio de imaginación. Invito a todos los que me leen a que me acompañen. La única que tiene permiso para no seguirme es Lou, que este ejercicio se lo he hecho ¿veinte? ¿treinta? ¿cincuenta veces?
Pues bien, empecemos. Imagina que te levantas una mañana en casa. Todo el mundo ya está en pie y te pones a desayunar con toda la familia. Ves cómo tus hijos se toman la leche con cebolla en polvo disuelta, se relamen y les quedan restos de cebolla en las comisuras de la boca, pasando rápidamente la lengua y sonriendo de satisfacción. No contentos con esta dosis de tubérculos, van mojando en la leche unas madalenas blanditas, recubiertas de cebolla y con trocitos de cebolla cruda dentro. ¡Y les encanta...!
Tú apuras tu caliente café con leche y te levantas. -¡Venga!, ¡venga!, ¡Que se hace tarde! - les dices-. Y como cada mañana, sales corriendo a la calle, a empezar el nuevo día.
Por el camino tu hija se queda rezagada viendo el escaparate de una tienda cuyo cartel dice: CEBOLLAS. Las hay de todos los tipos y colores. Bolitas de cebolla rellenas de cebolla, prensadas al 70%, al 40%, con leche, con frutas, con almendras, con frutos secos, incluso las hay light y hasta para diabéticos...
Dejas a los niños en el colegio, les das un beso y les entregas su mochila con la merienda dentro. Por el resquicio de una cremallera entreabierta ves unos dónuts recubiertos de cebolla, que su madre les había puesto. Ella sabe que les encantan...
Son las cinco: la hora de recogerlos al cole. La mayor va a un cumpleaños de un amiguito de clase. No te lo han dicho, pero ya te imaginas de qué será la tarta que comerá tu hija. Aprovechando esos canguros improvisados, te vas a merendar con tu mujer. Tiene un antojo: le apetece tomarse unos churros con cebollas.
Te das cuenta que vives en un mundo donde todos son distintos que tú. Te cuesta entender que gusten las cebollas crudas a todos, lo que no entra en tu cabeza es que además despierte esa pasión desmedida...
Esto te pasa desde que tienes el primer recuerdo de pequeño, cuando escupiste la primera cebolla que te pusieron en la boca, y la segunda... y la tercera...
Cuando ya te has vuelto mayor como para hablar de sexo sin enrojecerte con los demás, incluso oyes decir a un sacrílego, que la cebolla es el mejor sustitutivo del sexo...
Parece que vives en un universo distinto, donde te acostumbras a no entender nada. Incluso alguna vez he pensado crear un club de gente distinta, como yo. Seguro que alguno más habrá por ahí, escondido, como un asustado miembro de la Resistencia, esperando cada día poder salir de su escondite cuando llegue su esperado contacto y le diga la contraseña convenida: ¿A tí tampoco te gusta el chocolate?

jueves, 22 de abril de 2010

Palau Palau

En octubre de 2009, Madrid volvió a perder otra oportunidad de ser una ciudad olímpica. A pesar de los esfuerzos del presidente de Honor Vitalicio del COI, Juan Antonio Samaranch, la capital de España se quedaba sin el ansiado premio. Sus palabras, emocionantes, en el discurso de defensa de la candidatura madrileña, fueron: "Estoy muy cerca del final de mi vida. Tengo 89 años y me gustaría pedirles que consideren darle a mi país el honor de organizar los juegos olímpicos de 2016".
Tanto esfuerzo en vano y una agenda apretada, hicieron que recayera días después en Mónaco, donde daba una conferencia. Para traerlo a España se fletó un avión ambulancia por parte del RACC y me pidieron que fuese yo el que lo repatriase a Barcelona.
Un distinguido paciente como aquél, me obligaría a hacer un esfuerzo para expresarme lo mejor posible en catalán.
En la habitación del Hospital Princess Grace me encontré con me aquel anciano menudo con aquella cara tan familiar.
Todo el viaje estaba muy taciturno, como contrariado, con ganas de volver a casa y abandonar de una vez a los médicos. Con él viajaba su secretaria, Annie, con quien fui hablando la mayor parte del tiempo que duró nuestro viaje y debo decir que era una mujer encantadora, que trataba a su jefe con una dulzura y un cariño que podía ser visto por todos los que lo rodeaban.
Samaranch de vez en cuando, salía como de su trance y me preguntó:
-¿Sabes hablar inglés?
Sí, - le respondí.
- Con el catalán no se llega a ninguna parte. En el mundo lo importante es saber hablar inglés.
Y volvió de nuevo a sus pensamientos, respirando entrecortadamente.
No quise importunarlo con preguntas tontas que seguro estaría harto de haber contestado a todo el mundo durante años. Sólo le hice alguna observación tipo: -Me imagino que está deseando estar ya en casa... - A lo que sólo tuve una media sonrisa como respuesta.
Continuó con sus pensamientos y al cabo de un rato, como surgiendo del oráculo, me mira de nuevo y me dice:
- He estado en todos los países del mundo. Y ¿sabe cuál es el más bonito de todos?
- No, - dije meneando la cabeza.
- Un país que no conoce nadie. Unas islas del Pacífico que se llaman Palau Palau. Es un país precioso.- Y se reunió de nuevo con sus pensamientos...
Nuestro avión aterrizó en Barcelona, nos dio las gracias por todo y se fue en su coche con su chófer y su secretaria a su casa. Antes, Annie nos regaló un recuerdo de parte del Sr. Samaranch: un llavero de plata del Comité Olímpico Internacional.
Ayer recibí la noticia de que mi paciente había fallecido, y recordé el viaje que habíamos hecho juntos y las sensaciones que experimenté al estar con un personaje de su talla. Él se ha vuelto a ir de viaje, esta vez para siempre. Estoy seguro de que se ha marchado a Palau Palau.

lunes, 19 de abril de 2010

Vamos de paseo

Cada diez semanas me toca una guardia de domingo en una cercana ciudad catalana con nombre de empate. Ayer fue uno de esos días que dedico al noble arte del pluriempleo. Es una simbiosis entre dos ministerios: la escasez de médicos en el ministerio de Sanidad y la escasez de ingresos en el de Hacienda, que se lleva buena parte de nuestras nóminas.
Por tanto, cada vez que voy a Igualada, el único que pierde soy yo.
Pero al menos las guardias son tranquilas y si apenas sales, te sientes como un cooperante que dona generosamente sus ingresos para el bienestar del país y de sus dirigentes.
Pero dejemos de lado asuntos pecuniarios y centrémonos en lo que me ha llevado a escribir estas líneas: mis paseos por Igualada.
No puedo decir que aquí tengamos una presión de trabajo como la que me toca sufrir los infernales miércoles, la verdad es que no y de tanto en tanto se sacan de paseo, para que la ciudadanía pueda ver en qué se gastan sus impuestos.
A pesar de lo que muchos creen, los médicos temerosos de la central, también tienen sus homólogos en la atención primaria. De hecho ayer me tocó visitar un ambulatorio, pues me alertaban de un niño de 12 años inconsciente. La historia en realidad tal y como me la contaron es que cuando el padre se levanta, va a ver a su hijo y éste le dice que está un poco mareado, pero que durante la noche, mientras dormía a las cuatro de la mañana, notó que se quedaba inconsciente... Y ahí que va la ambulancia Medicalizada Porsiacaso. Faltaría más...
Junto a mi facultad había una librería que se llamaba Pathos, nombre muy apropiado, pues proviene del término griego enfermedad, de ahí la Patología, y los procesos patológicos a los que les debemos el tener trabajo.
Por eso me pareció muy adecuado que en las proximidades del hospital de Empateville exista un bar que se llama Salus, término griego que sin duda es el origen de la palabra salud. No creo que exista un nombre más acertado para un local enfrente de un hospital.
He tardado varios meses en descubrir la verdad: Nada de griego ni referencias clásicas. El dueño del bar se llama Salustiano, para los amigos, Salus.
Es lo que tiene haber estudiado ciencias puras...

sábado, 17 de abril de 2010

La velocidad del tiempo

Creo que en otra ocasión ya mencioné los caminos que todos tomamos en la vida, las decisiones intrascendentes, que luego acaban condicionando nuestro futuro, nuestras elecciones basadas en el principio del ensayo/error, donde los aciertos son escasos frente a la mayoría de equivocaciones. Hablaba de elecciones acertadas o no, pero no mencionaba a nuestros compañeros de viaje, que por alguna razón que otra, quedaron en la cuneta de nuestras vidas.
En esta época que nos toca vivir, tenemos la suerte de contar los mecanismos que nos dan otras oportunidades. Las llamadas redes sociales nos permitem rescatar aquellos amigos abandonados u olvidados en el margen de nuestros caminos escogidos y retomar, o al menos intentar recuperar todo lo que nos hemos perdido.
Hace muchos años tuve una amiga que quería mucho. Disfrutábamos contándonos nuestras importantísimas preocupaciones de nuestra incipiente adolescencia. Hablábamos a todas horas. Incluso cuando llegaba de noche a casa, cogía unas piedras y se las arrojaba a la ventana de su cuarto, para despertarla y contarle lo que me había pasado esa noche. Éramos vecinos del mismo edificio y compartíamos una amistad que pensaba que duraría para siempre.
Por motivos familiares tuve que abandonar aquella casa, coincidiendo con el comienzo de una nueva vida universitaria, con nuevas amistades, nuevas preocupaciones y nuevos caminos.
Siempre piensas que los amigos están en el lugar que los dejas, pero lo cierto es que a esas edades, en la que hay tantos cambios en tu metabolismo, te salen pelos y granos y tú mismo te conviertes en una nueva persona poco a poco, sin querer, te vas distanciando de aquéllos que te importaban tanto.
Han pasado cerca de quince años y en medio, ya sobrepasé la barrera de los treinta, camino de nuevas barreras que ya están demasiado cerca. Por aquellas casualidades y milagros del facebook, hemos vuelto a encontrarnos. Ahora ya no vivimos en Tenerife. Yo en Barcelona y ella en Lisboa. Nos hemos felicitado por nuestros cumpleaños y poco más.
Hace dos días, nos encontramos en el chat y hablamos apenas cinco minutos, ya que tuve que salir corriendo a buscar a Guille a la guardería. Media hora más tarde me llamaban del trabajo para ver si podía llevar un paciente a Lisboa al día siguiente.
Le mandé un mail, con mi móvil, esperando poder vernos en las escasas dos horas que tenía libres hasta coger el avión de vuelta. Cuando había dejado al paciente en su hospital, recibo su llamada y quedamos en media hora para comer juntos.
Un caballero debería decir que estaba igual que la última vez que nos vimos, así que en este caso, diré que yo he envejecido peor que ella. Fuimos a comer muy cerca y pude degustar algún plato de la cocina portuguesa, que íbamos comiendo por turnos; uno hablaba y el otro aprovechaba para comer...
¿Cómo contar quince años en 90 minutos? ¿Qué eliges y qué dejas fuera? Nuevamente el tiempo se burlaba de nosotros. Lo primero de todo, quise pedirle perdón por haberla dejado abandonada en mi camino tanto tiempo. Los platos inacabados, no porque no estuviesen deliciosos, fueron testigos de dos viejos amigos que preferían hablar, a comer y que necesitaban encontrarse y decirse muchas cosas que estaban pendientes.
No sé si las redes sociales son malas o buenas, pero sólo puedo decir que ayer fue un día muy especial, porque de él he aprendido que aunque mis pequeñas piedrecitas estén volando en el aire mucho tiempo, cuando golpeen tu persiana, abrirás la ventana para encontrarte nuevamente conmigo.

jueves, 15 de abril de 2010

Jeroglíficos

Jean-François de Champoillon fue un gran filólogo francés. A los nueve años comenzó a hablar latín, a los trece hebreo y a los catorce árabe. En el s.XIX sorprendió a la sociedad de su época con uno de los descubrimientos más fascinantes otorgados al mundo moderno: El conseguir abrir las puertas de par en par de una civilización misteriosa. Logró gracias a unos grabados hechos en la Piedra de Rosetta, descifrar la hasta entonces intraducible e intrigante escritura egipcia: los jeroglíficos.
En la época actual ya no existen Champoillons que iluminen nuestros caminos y a menudo nos encontramos que en la Medicina nuestras especiales piedras de Rosetta son los familiares de los pacientes que tenemos que explorar.
Con cierta frecuencia al abordar la anamnesis del paciente, nos encontramos escasa ayuda por su parte, voluntaria o inconscientemente, que nos pone la zancadilla a la hora de realizar nuestra investigación en pos del diagnóstico certero.
Por eso ante un paciente poco colaborador, es una bendición tener unos familiares que te aporten la pista clave para resolver el misterio.
Anoche fui a casa de Adolfo. Se trata de un señor de unos 80 años, que desde hacía una media hora tenía un comportamiento anormal, mantenía los ojos cerrados, sentado en su sofá y únicamente los abría cuando profería un grito espeluznante que desde lejos se asemejaba a la sirena de un camión de bomberos. Acompañando a estos estruendos, elevaba ambos brazos como si acabase de marcar un gol, volviendo automáticamente a encogerse de nuevo, hasta que volvía el nuevo ciclo, como una ola que golpea la roca de tanto en tanto.
El primer chillido, por inesperado me sobrecogió y me puso los pelos de punta. A partir del tercero, al saber la cadencia, casi lo esperaba...
Tras una primera exploración del curioso caso, al tratarse de un paciente diabético, se ha descartar una hipoglicemia, ya que la ausencia de glucosa en el cerebro, en ocasiones hace que reaccionen incluso violentamente. Para desgracia del médico, los valores estaban dentro de la normalidad. He ahí donde el detective empieza a dar palos de ciego. Las demás constantes y exploraciónes neurológicas, normales también. La cosa se complica. Se van cerrando las posibilidades. El misterio aumenta. Ya sólo queda nuestra piedra de Rosetta: los familiares.
Por suerte está presente su nieto, de unos 30 años, que por su aspecto y la forma de hablar, parece una persona formada, con estudios y capaz de poder explicarme más cosas. Le pregunto si esto le había sucedido alguna otra vez.
- Sí - me contesta - fue en verano y lo llevaron a L'Hospitalet Cedars Sinai Trauma Center. (Esto ya pinta bien, ya a alguien le tocó dar con el diagnóstico hace seis meses. Ya tengo medio trabajo hecho).
- Ahh (pongo cara seria e interesante, que eso impone respeto y admiración) - ¿Tiene algún informe por aquí? - pregunto a su nieto.
- No, - me contesta - están en casa de mis padres, pero le explico lo que nos dijeron los médicos...
- Sí, sí, cuénteme...
- Pues mire, mi abuelo según me dijeron, tiene las neuronas desgastadas, claro, esto hace como usted sabe, que se le bloquee el cerebro. Por eso es por lo que mi abuelo entra en trance.
Cuando termina de explicarme este curioso fenómeno neurológico-parapsicológico, se abre la puerta y aparece el padre del muchacho, el yerno del paciente.
- Es porque tiene las neuronas desgastadas y entra en trance - me repite el muchacho, por si no me había quedado claro.
- ...Y se le bloquea el cerebro... - le apunta mi enfermero.
Su padre mira la escena con reprobación, se dirige a mí y se acerca de tal manera que el aroma de sus whiskies y carajillos que trae puestos, los comparte generosamente con mi pituitaria.
- Mire doctor - interrumpe - lo que le pasa a mi suegro es que tiene las venas de la cabeza obturadas...
Adolfo se hace notar con un nuevo graznido que me hace arquear las cejas, pero esta vez, acompañando a sus brazos en señal de victoria, levanta las dos piernas del suelo y las estira, formando una V con sus extremidades superiores.
En ese momento veo la luz. Ya sé lo que pasa a Adolfo. En realidad está poseído...

lunes, 12 de abril de 2010

Mujeres

Creo que la última vez que me enfadé con el fútbol fue en aquel lejano Mundial de Naranjito de 1982. Me fui a acostar a la cama llorando porque España quedaba eliminada ante Alemania. Eso no significa que ahora ya no me guste ver un buen partido, al contrario, sólo que tras ese trauma infantil, ahora me lo tomo de otra manera más sensata y si además gana el Madrid, pues mejor. Viviendo como vivo en una ciudad que se llama como el FC Barcelona, es lógico pensar que esta urbe está llena de aficionados culés y que sus éxitos parece que me los restriegan delante de mis narices.
Después de la derrota del Madrid a manos (pies), del Barcelona, si hubiese desayunado con hombres, el tema de conversación no hubiese sido otro más que el deporte rey y en particular la humillación al club blanco.
Pero al final, el desayuno del lunes ha sido distinto. Lou me invitó a pasarme por la cafetería donde estaba con tres amigas, que acababan de dejar a las niñas en el cole y ahora estaban de tertulia. En aquella mesa había una media de 2,3333333 periodo, hijos por supermamá. En junio, con el parto de Lou, esta media aritmética ascenderá a 2,5 ésta vez sin periodo (como es obvio).
La verdad es que me encanta de tanto en tanto asistir a una de estas reuniones, aunque sea de forma breve, apenas el tiempo de tomar un café y un croisant (¿se escribe así?).
Hoy esta pequeña intromisión me sirvió para evitar los reiterativos comentarios jocosos de los culés y sobretodo, para ir conociendo un poco más el insondable misterio del cerebro femenino. En ese lapso de tiempo se habló de niños (no olviden el 2,333333 per cápita), de sus monerías, de su educación clásica/moderna, (hacerles razonar/látigos), de maridos (sólo un 75% de las asistentes se pronunció al respecto) y supongo que si se hubiese tocado algún tema más delicado, se obvió, debido a mi presencia.
Tras despedirme de todas, me marché aprovechando el día libre para hacer gestiones pendientes, ya que todavía el cuerpo no me pedía recuperar las horas de sueño de la guardia de ayer.
Al cabo de un rato, me cruzo por la Diagonal con un señor que arrastraba un carro de supermercado cargado de edredones en su funda, lo cual en un primer momento podía hacer pensar que era un vendedor ambulante, si no fuera porque iba revisando los contenedores de basura. De la parte delantera del carro colgaban dos carteles que decían:
SOLTERO SIN NOVIAS. Toda una declaración de intenciones y de esperanzas en conseguir más tarde o más temprano un harén...
Un segundo cartel rezaba:
ARSENALES DE "COÑOS" PARA ALGO. Aquí sí que me perdí. No entendía nada. ¿No está en contradicción con la búsqueda del primer cartel? ¿Es un tratante de blancas?
Estuve dándole vueltas a ver qué quería decir y no encontré una respuesta a este misterio. A lo mejor es que he pasado demasiado rato entre mujeres...
Creo que otro día que me lo encuentre, me lo llevo a desayunar con las supermamás, a lo mejor hasta incluso acabamos hablando los seis del Barça...

Casi


Desde hace un tiempo, hay una cita de Dickens que ronda por mi cabeza. Me acompaña desde que alguien me la dijo y al igual que muchas otras, encaja en muchas circunstancias de mi vida.
Charles Dickens decía que "cada fracaso enseña al hombre algo que tenía que aprender". Es una loa al que cae, para que se incorpore de nuevo. El éxito del fracaso en sí mismo como mecanismo autorregulador de mejora. Una cruel necesidad, cuyo aprendizaje a veces no acabamos de comprender del todo.
Creo que no soy el único que casi consigue muchas cosas. Cosas que hubiesen cambiado tu vida de rumbo, que tras esa nueva deriva, nos hubiese convertido en otros seres distintos. Quiero por ello, reivindicar el fracaso bien entendido, el casi, mejor que el todo, el intento, antes que el logro, el esfuerzo, independientemente del resultado, porque aunque no tienes el premio, cada tropiezo te hace ser más fuerte, más humilde, y por tanto, mejor persona.

Una vez casi llegué a ser controlador aéreo, pero me faltó muy poco.
Casi llegué a sacarme ese título de inglés que me falta.
Con doce años tuve un accidente de bici donde casi me mato, pero que me hizo ser más prudente desde aquel día.
Casi conseguí con quince años que una niña bailase conmigo.
A los 18 casi logro sacarme el carnet de conducir a la primera.
Casi estudio otra carrera, al final estudié Medicina, casi nadie se lo imaginaba.
Una noche casi termino de contarle un cuento inventado a Marta. Un día casi soy capaz de contestar todas sus preguntas sin dejarme ninguna en el tintero.
Si hubiese empezado la tesis, casi que estaría a punto de leerla.
Una vez me propuse atender cada una de las mil veces que Tiri me llamaba y no diría que lo conseguí, porque casi pierdo los nervios.
Guille, que casi tiene dos años, es casi tan bruto como cariñoso y se hace querer por casi todo el mundo.
Clara casi está a punto de llegar...
Durante mi vida he estado a punto de conseguir más cosas, que las que realmente he llegado a realizar. Casi cada día intento que Lou sepa todo lo que la quiero y lo feliz que soy desde que ha llegado a mi vida. Por eso sé, que esos fracasos, que en su momento pensaba que eran importantes, son los que me han conducido hasta encontrarla y eso no es un casi, porque Lou lo es todo.

sábado, 10 de abril de 2010

¡Siempre listos!

Las malas novelas policiacas siempre dicen que el malhechor vuelve a la escena del crimen. Y un ladrón de historias como yo, no podía evitar hacer lo mismo. La culpa no es mía, estas guardias están siendo muy sosas y carentes de anécdotas que valgan la pena ser contadas. La visita a Martorell la otra noche a las cinco y encontrarme con el Dr. Piernas Inquietas no merecen mayor detenimiento, ni mío ni de sus extremidades. Me han contado que hay un Dr. Potato igualito que el juguete. Me fijaré la próxima vez que vaya, si es que no estoy dormido o en el peor de los casos, podría tropezarme con una oreja suya o con el bigote...
Hoy los Temerosos me condujeron a una rotonda situada entre una gasolinera y un burdel llamado Top Model's. Esta salida (perdón por lo inadecuado del término), pintaba muy bien como anécdota, pero al final se quedó en agua de borrajas.
He aquí que el ladrón, falto de inspiración propia, vuelve al escenario de sus fechorías una vez más. Agatha Christie decía que solamente cuando ves a las personas hacer el ridículo, te das cuenta lo mucho que las quieres. Y como cuentacuentos usurpador de relatos ajenos, traigo aquí la historia que le sucedió a alguien a quien llamaremos Chiviresa, para preservar su anonimato.
Chiviresa es una feliz madre. Sus hijos están entre esa edad en la que ya podrían haberse establecido ellos solitos y haber marchado del nido y esa otra en la que tras no haber tenido suerte, se ven obligados a volver.
Chiviresa es una madre preocupada por sus hijos. Vive para ellos y disfruta siendo hospitalaria y haciendo felices a los demás. Sí, lo reconozco, tengo debilidad por Chiviresa y por eso cuento esto, a modo de pequeño homenaje.
Uno de esos fríos días de invierno, Chiviresa paseaba por la calle, mejor dicho, se desplazaba a pasos cortos y rápidos, como si se le acabase el tiempo o como si la ciudad se le quedase pequeña cuando ella la pisaba. Ese desplazamiento vertiginoso no le impidió ver que en la acera en la que se encontraba, sobre el pequeño escalón bajo el escaparate de un comercio, estaba sentado un joven de una edad parecida a uno de sus hijos. El muchacho tenía la cabeza baja, hundida, como avergonzado de su situación, o tal vez implorando al mundo que alguien como Chiviresa, advirtiese lo injusto que habían sido con él. Sus piernas estaban flexionadas y sus huesudas rodillas se marcaban bajo las perneras de los pantalones. Sobre sus muslos, apoyados ambos antebrazos, cuyas manos agarraban con fuerza una taza, a modo de depósito de limosnas de gente piadosa. Chiviresa es por naturaleza una defensora de causas perdidas y de los más desfavorecidos. No es de extrañar que en aquel pobre desgraciado viese reflejado a uno de sus hijos. Probablemente pensó lo afortunada que era por no ver a uno de los suyos en tal situación de indigencia. Todo eso y su nobleza y bondad, se juntaron en una amalgama de buenos sentimientos caritativos.
Detuvo su paso y retrocedió hasta estar frente al chico, que continuaba sin erguir su cabeza. Chiviresa abrió su monedero y sacó dinero de él. Apresuradamente alargó la mano y dejó caer la moneda en el tazón del indigente. Para su sorpresa, la moneda no emitió ese tintineo que se produce al golpear las paredes del recipiente de cerámica. En cambio, se oyó como un ¡Blop!, que salpicó la cara del joven.
Chiviresa comprendió de inmediato.
El joven alzó la mirada, sin decir una palabra, pero leyéndose en sus ojos: Señora, ¿por qué me tira una moneda en mi café?
Chiviresa se apresuró a decir: Lo siento, lo siento... al menos con la moneda podrás pagarte otro.
Chiviresa notaba cómo iba enrojeciéndose su cara, mientras aceleraba sus pasitos a una velocidad vertiginosa...

jueves, 8 de abril de 2010

Tusitala

Robert L. Stevenson fue un gran escritor de novelas, e imagino que un prodigioso cuentacuentos. De sus obras destacan La flecha negra, El caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde y su celebérrima La isla del Tesoro. Cuentan que este relato lo fue escribiendo para contárselo cada noche a su hijastro y entusiasmado con el resultado que iba teniendo, decidió publicarlo. Los últimos años de su vida, emigró a los mares del sur con su familia, en concreto a Samoa. Sus afortunados vecinos pudieron disfrutar de sus historias contadas, mientras eran mecidos por el arrullar de las olas en la costa. Entre ellos era conocido como Tusitala, el hombre que cuenta historias.
Tras una jornada con una noche infernal, el cuerpo y sobretodo la mente, no encuentran paz ni inspiración con que rellenar unas pequeñas líneas. A falta de anécdotas propias dignas de ser relatadas, en algún momento del día, he recordado una historia, que me contaron una vez, que juro que fue cierta y que como hubiese hecho Long John Silver con un tesoro pirata, me la apropio, la hago mía y de aquí en adelante, a partir de la próxima vez que la cuente, diré que me sucedió a mí.
Todo comienza una mañana de domingo en casa de Maite, enfermera, uno de esos pocos fines de semana que tiene la dicha de poder disfrutar con su familia, como haría cualquier ciudadano decente o como hacen los jefes médicos. Maite, vive en una preciosa casa adosada, con su marido, su hijo precioso, un jardincito muy mono, y un perro que completa el conjunto de familia ideal. Esta bucólica situación, a menudo se ve amenazada por las discusiones con los vecinos, a causa de las incursiones en la casa de al lado de Troy, el perro pastor de Maite, que como buen perro, odia a muerte a Zapirón, el gato de los vecinos.
Aquel domingo de primavera, Troy apareció en casa, triunfante, con el trofeo entre sus dientes. Maite casi da un grito de horror. El perro traía el cadáver de Zapirón, completamente manchado de barro y sangre, consecuencia lógica de una feroz batalla en la que Troy había salido triunfante.
Maite quiso morirse. No sabía qué hacer y ni qué decirles a los vecinos de al lado, que como es lógico, adoraban a aquel gato de angora presumido.
Maite tenía que pensar algo y deprisa.
- A pesar de todo, - pensó Maite, - la suerte está de mi parte. Los vecinos se han marchado todo el día fuera, a esquiar a la montaña y tengo toda la tarde para hacer algo.
Las ideas surgieron a borbotones en la cabeza de Maite. Sintiéndose como una asesina, una femme fatale de novela negra de los 40, se hizo con un cómplice, su marido y se dedicó a borrar las huellas del crimen.
Tras limpiar minuciosamente la boca de Troy, cogió el cuerpo inerte del pobre gato y se lo llevó a la bañera. Allí, recordando como cuando hace unos años bañaba a su hijo, se esmeró lavando el cadáver, arrancando cualquier vestigio de sangre, tierra o cualquier suciedad. Para ello empleó a fondo el gel más perfumado que encontró en la bañera.
Para renacer el esplendor marchito de la belleza de Zapirón, nada más adecuado que usar el secador de pelo durante un buen rato, hasta que el felino quedó tan glamuroso como un pompón.
Ya sólo restaba la última parte. Maite entreabrió la puerta de casa. No había nadie por los alrededores ese domingo por la tarde. Salió sigilosamente y se dirigió al porche de entrada de la casa de al lado. Maite, lo niega ahora, pero creo que en aquellos momentos disfrutaba con la consecución de un crimen perfecto. Depositó a Zapirón en el último escalón de la entrada, y lo colocó acurrucado, tal y como solía estar él, a todas horas, cuando tenía vida en su interior.
Cuando llegasen los vecinos se encontrarían a su gato muerto, pensarían que probablemente por causas naturales. Jamás sospecharían que se había tratado de un asesinato.
Una hora más tarde suena el timbre de casa. Maite va a abrir, debe ser Borja, su hijo, que vuelve a casa y que nuevamente se ha olvidado las llaves.
Cuando Maite abre la puerta, se encuentra con su vecina. Está pálida, desencajada, sus ojos expresan el ataque de pánico que se ha apoderado de ella, el corazón casi se le puede escuchar desde el otro lado del recibidor, su voz balbucea y apenas es capaz de articular palabra.
- ¿Qué ha pasado? - pregunta Maite.
- No te lo vas a creer - contesta la vecina. -Ayer murió Zapirón, nuestro gato y lo enterramos en el jardín. Cuando hemos vuelto hoy de esquiar, nos lo hemos encontrado en la escalera de la entrada de casa...

martes, 6 de abril de 2010

Vuelta a casa

Ya estamos todos en nuestro sitio. Todo ya está en su lugar. Ya hemos llegado a casa, los niños bañados, embutidos en su pijama, cenados y dormiditos en su cama. Mañana al cole, que ya toca y Papá a otro miércoles compartido con sus amigos los inconscientes. No olvidemos a los Doctores Temerosos, y a la ínclita Dra. Doubtfire, centinela de los miércoles, siempre dispuesta a hacerte recorrer mundo a las horas más intempestivas y por los motivos más injustificados.
Las vacaciones pequeñas como éstas, son una pequeña crueldad. Cuando empiezas a cogerle el tranquillo, vuelve nuestra vida cotidiana. Ahora es cuando pienso en estos pequeños ratos, que hemos pasado con nuestra familia de ultramar y con esos amigos que siempre quise tener y que un día los encontré.
En estos días de vacaciones Marta nos ha propuesto hacer un grupo musical. Dice que si los hermanos Jackson formaron los Jackson Five, ella y sus hermanos deberían llamarse Carrillo Free (Three). Creo que no le haremos mucho caso, porque a pesar de su voluntad y de su amplio repertorio lírico, tiene un oído musical de pena, pobrecita mía...
En cambio Guille, nos ha sorprendido con unas dotes musicales que ni imaginábamos a sus 22 meses de edad. Ha descubierto una armónica, que puesta en sus labios, nos deleita con el famoso Blues de la ambulancia, maravillosa tonada a dos notas, que recuerda la sirena de ese vehículo de emergencia, que tan buenos recuerdos me trae. Prudentemente le ocultamos la armónica en el avión, para evitar que los pasajeros escucharan su composición. Es obvio, si no, les saturamos y no comprarán el disco...