sábado, 22 de diciembre de 2012

La visita














 
Dentro de unas horas vendrá a vernos. Llevamos esperando que lo hiciera, una semana y media, más o menos. Día arriba, día abajo, calculábamos que aparecería enseguida. Hasta el último momento no es sencillo decirlo con precisión, pero ha sido esta tarde, cuando por fin hemos confirmado que tendríamos la visita de este invitado tan ilustre.
 
Y como siempre que se le espera, acude, ya tenemos todo preparado para cuando llegue. Espero que le guste nuestra casa, ya que nunca había estado en ella, aunque a pesar de eso, desde siempre hemos sabido que más tarde o más temprano se dejaría caer por aquí.
Es lo que tienen las tradiciones.
 
Pero claro, si no conoce nuestro piso, cabe la posibilidad de que acabe dando vueltas durante toda la noche, sin dar con el sitio. Ésa era la preocupación de Marta, que no estaba muy convencida que ese pobre fuese capaz de orientarse, temiendo que acabase perdido, dando tumbos durante toda la noche.
Esto me ha recordado cuando tenía su edad y me vi envuelto en su misma razonamiento. Yo lo solucioné colocando pequeños carteles por todos los rincones, con flechas dibujadas, marcando la senda, para que le sirviesen de referencia y así no perderse.
Con aquel recuerdo presente y con la idea de no transmitirle mis desvelos infantiles a Marta y no nos engañemos, para no tener que ponerme a pintar letreritos, simplemente la convencí de que sus temores no tenían razón de ser. Nuestro amigo tiene un olfato muy bueno y seguro que sabrá llegar perfectamente a su destino. 
 
A ver si viene ya, que se va haciendo tarde, que tenemos toda la parafernalia montada. Aunque afortunadamente, nuestro pequeño invitado no es tan exigente como Sus Majestades de Oriente, que requieren de turrones, café, agua para los camellos, etc... Este pobre no come nada, ni tiene sed, ni pide nada a cambio. Bueno, una cosa sí. El diente de Marta, que le espera muy cerca de donde está durmiendo ella.
Mañana cuando nos levantemos, nos encontraremos con dos regalos del Ratoncito Pérez:
El que deja a los niños a cambio de su diente y lo que regala a sus padres: esa sonrisa preciosa, con un pequeño huequito en medio.
 

sábado, 1 de diciembre de 2012

Ojo al dato


Hace unos días aterricé con mi helicóptero en cualquier rincón de la geografía catalana. Nos alertaban de un camionero que sufría de un dolor torácico.
Tras un corto vuelo, tomamos en el terraplén que se extendía junto a un bar de carretera. Allí, junto al camión del paciente, estaba la ambulancia básica, que había llegado antes que nosotros.

Nos bajamos rápidamente y nos dirigimos a la ambulancia, donde se encontraba nuestro paciente, tal y como nos señalaban los policías que también estaban allí.
Me acerco a la puerta lateral de la ambulancia y toco con los nudillos en la superficie metálica. Inmediatamente se desplaza la puerta de corredera y tras ella, se me muestra el técnico que se encuentra en el interior.
Me sorprende el encontrarme con un muchacho joven, con tal grado de estrabismo, que aparentemente sería capaz de atender con la mirada, a ambos extremos del vehículo a la vez.
No le doy más importancia y entro a asistir al camionero, que afortunadamente no está tan grave como parecía ser la alerta. Intento concentrarme en él, pero mi atención se me escapa de nuevo hacia los ojos del técnico.

Cada uno tiene derecho a tener sus traumas infantiles. Uno de los míos más enconados, tal vez sean los globos, que soy incapaz ni de estallarlos, ni de tirarlos a la basura... Sólo de pensarlo, me dan ganas de llorar... 

Recuerdo que de pequeño me decían que si te ponías bizco y pasaba una mosca, te quedabas así para siempre, pero nunca he podido comprobar que eso fuese cierto. Y la verdad es que tampoco me he atrevido a preguntárselo a ninguno. Por eso, quizás, otra obsesión infantil, sea el vicio de analizar a los estrábicos.


Con ellos me sucede una cosa curiosa: siempre tengo la tentación de intentar averiguar cuál es el ojo bicácaro y cuál el que funciona. Y aquí se complica todo, porque obviamente, no es cosa de preguntar a un desconocido:

- Perdona, ¿Ahora me estás mirando a mí o estás pendiente de otra cosa? Es para saber cuál es tu ojo bueno...

Estas pesquisas intento siempre hacerlas de forma disimulada, pero sé que no lo consigo casi nunca, ya que tengo que poner mucho esfuerzo en la investigación y seguro que me acaban pillando. 
Pero es que es una muy difícil tarea. Porque aunque te miren, e incluso si están hablando contigo, puede ser que es verdad que te mira, o tal vez no, y las cosas no sean como te imaginas y que en realidad está distraido con cualquier otra detalle de alrededor, porque el ojo interesante es el que está por los cerros de Úbeda...
Por eso los miro y los miro, haciendo una especie de quiniela, marcando las victorias y los empates. Pensando: Ahora sí, ahora no...
Pero cuando creo que tengo el resultado, no atiendo nada de lo que me puede estar diciendo el pobre. Eso sí, disimulo a la perfección. Hasta pongo cara de interés, e incluso puede que mueva un poco la cabeza hacia arriba y hacia abajo, sin enterarme de nada de lo que cuenta, claro, porque estoy concentrado escuchando mis palabras en el interior de mi cabeza, que me dicen: Mel, el derecho, es el derecho...

Y ahí estaba yo, en aquella ambulancia, junto a aquel técnico, con su vista de gran angular, abarcando casi 180º. Cuando casi creía que tenía la respuesta al misterio de su ojo, me acercó la tarjeta sanitaria del paciente.
Agacho la cabeza y copio los datos. Para mi sorpresa, veo el apellido del paciente y leo: Vizcarro.
Siento un deseo irrefrenable de preguntarle al técnico:
- ¿Este señor es familia tuya?
Pero me reprimo, aguanto estoicamente las ganas de reirme, termino mi trabajo y me marcho de allí volando.