miércoles, 28 de mayo de 2014

De amanecida












Alguna vez que otra, me toca alguna guardia mala. Y ésa fue la del viernes pasado. Toda la noche dando vueltas, por obra y gracia de mis compañeros de la central de coordinación, esos seres temerosos, que ven más allá de la realidad, con esa ametropía que a los que estamos en la calle, tanto nos perjudica.
Así que, entre paseo y paseo, y en un pequeño receso en el que me pude por fin tumbar un rato, precisamente en ese momento en el que estaba en lo mejor del sueño, nos llaman por una emergencia, que a todas luces parecía ser el caso del año; digno de ser presentado en un congreso nacional de Emergencias: 

- Viernes noche, 05:45 de la mañana. Mujer de 25 años, inconsciente en una discoteca. Salimos con las sirenas a todo trapo, aunque yo ya sé que me dirijo con toda probabilidad a una intoxicación etílica. Los temerosos debe ser que no pinsan lo mismo y ven más allá...

En un momento llegamos a una de esas discotecas de polígono que por fuera, salvo los estridentes colores que anuncian lo que hay en su interior, están rodeadas por un muro sin ventanas, que sella herméticamente su interior.
Nos bajamos de la ambulancia y vienen a nuestro encuentro un par de croissanes, con camisa negra ceñida y con un pinganillo en el oído. 
Nos acompañan hasta el baño de las señoras, donde nos espera en el suelo nuestra paciente. Inconsciente, es verdad, pero también borracha, tal y como suponía. 
Con ella está otra mujer, de pie, en bastante mejor estado y que no hacía más que menear la cabeza y hablar con otro empleado de seguridad, con cara de circunstancias.

Examinamos rápidamente a la joven que está en el suelo, constatando lo que casi todos sabíamos de antemano: tiene un pedal como un piano.

- ¿Ha bebido mucho? - pregunto a la señora, dando por sentado que venía con ella, ya que ambas vestían con trajes parecidos del mismo color. Negro.
- ¡Qué va...! - contesta encogiendo los hombros - Un par de cervezas y dos chupitos...
Probablemente en aquel momento se me elvaría una ceja, en señal de incredulidad, pero antes de que continuara hablando, la señora seguía con su discurso:
- Lo que pasa es que está tan flaca, que con sólo dos cervezas y dos chupitos, mire cómo se ha puesto... - me decía señalándola con el brazo.

Mientras le íbamos tomando la tensión e intentábamos estimularla, la mujer nos contaba:
- ¡Es que no saben beber...! ¡No entiendo que si sabes que te sienta mal, ¿Por qué sigues bebiendo...? 
La mujer separó los brazos de su cuerpo y con ambas manos, como dando un sermón, decía:
- Es que hay que saber cuándo parar... Ahí la tienes... tirada en el suelo...
Yo la escucho, asintiéndo con la cabeza...
- ¡Qué vergüenza! Que la haya visto así todo el mundo. Una tiene que saber dónde está el límite de la compostura... Es que esta generación no sabe beber... Lo que yo digo siempre, puedes salir de marcha, pero tienes que saber dónde tienes que parar para no perder los papeles... Si eres mayor para beber, tienes que saber cuándo empiezas a hacer el ridículo...
- Bueno, señora - le interrumpo - ¿usted la conoce? ¿es amiga suya?
- Claro que la conozco - me dice con la lengua espesa, como de trapo - Es mi hija...

Nos quedamos un momento todos en silencio y le digo:
- Espere un momento fuera, mientras terminamos de verla y ahora la podrá acompañar al hospital...

Cuando salimos, todavía seguía la madre hablando con los dos croissanes:
- ¿Cuándo me has visto a mí que me haya tenido que recoger la ambulancia? Lo que más me duele es que nos ha visto todo el mundo... ¡Que a mí me conoce mucha gente...!

La paciente un poco más despejada, o sea, menos inconsciente, se fue al hospital con una ambulancia básica, mientras la madre aún seguía verborreica en la puerta de la discoteca.
Nos fuimos de allí y pensé:
Madre sólo hay una... y a ésta la encontré en la calle...