martes, 18 de marzo de 2014

It's Raining Men




















Llevo varios meses con esta historia danzando sobre mi cabeza y sobre mi escritorio. Un relato de intriga policiaca, ideal para que lo resuelva alguien capaz de desentrañar intrigas insondables, desenmarañar intrincados misterios. Quién mejor que el siempre intrépido, perspicaz y tan sagaz protagonista de tantos relatos médicos. Nadie como nuestro querido amigo, El Médico-Detective, el Dr. Melkarr.

En esta ocasión, el caso que llega a sus pantallas y que pone a prueba las dotes deductivas del Dr. Melkarr podría llamarse: Aterrizaje Mortal o tal vez, más acorde quizás con los relatos de las novelas de género negro, este otro título: El Caso del Hombre caído del Cielo.


Para Lourdes,
por los malos ratos pasados
mientras yo surcaba los cielos 

Aquélla era una tarde gris de otoño, nada especial que le hiciera ser distinta de cualquier otra. Un poco de viento, algunas hojas por el suelo y unas pocas, en suave torbellino, girando caprichosamente por las aceras. 
El Dr. Melkarr se encontraba de guardia en el helicóptero medicalizado, en su base, esperando pacientemente a que surgiera la alerta y acudir con celeridad a atender la llamada del deber.
Era una guardia aparentemente tranquila y nada parecía perturbar el devenir de la tarde, aunque como bien sabía Melkarr, en cualquier momento, la inactividad más calmosa, podía tornarse en el infierno más caótico.
Caían los minutos y no pasaba nada. Y como siempre, sin aviso previo, se despertó la fiera de la emergencia, se subieron rápidamente a bordo del helicóptero y marcharon raudos a ayudar a un prójimo necesitado de atención médica, no muy lejos de allí, apenas a unos diez minutos de vuelo.

La salida, instantánea, como era habitual, sin apenas otros datos que no fuese nada más que la localización del incidente. Sin perder tiempo, el helicóptero se elevó, dejando  el estruendo repetitivo de sus palas girando en el aire. 
Melkarr a pesar de su formación aeronáutica, no podía evitar asombrarse cada vez que notaba la singular sensación de volar en aquel aparato. Se lo habían explicado mil veces, él lo había repetido a sus alumnos incluso dos mil más, pero era tal su pasión, que el conocimiento aeronáutico no era suficiente como para eclipsar la emoción y que su corazón se acelerase con cada despegue. Aún le parecía increíble vivir todo aquello.  La sensación era mágica. Sacada de la chistera más profunda.
Poco después, como parte de un guión preeestablecido que siempre se repite, sus pensamientos se detuvieron. Su cuerpo se separaba cada vez más del suelo, cuando desde la emisora sonó una voz que ofrecía la información médica:
Aquella tarde se dirigían a un polígono industrial a atender a un hombre de unos 40 años, precipitado desde el techo de una nave.

Un buen detective, desde que sale de su central de operaciones, se adelanta al trabajo y comienza a dar vueltas el caso en su cabeza, ganando tiempo, haciéndose un borrador mental  preliminar de lo que puede haber sucedido. Y el médico-detective, Melkarr no era una excepción a este proceder.
De esta manera, el primer pensamiento que le llegó a Melkarr, guiado por su experiencia clíinica, era que probablemente dada la altura que tienen las naves industriales, acabarían encontrándose con un cadáver. Y así fue. Melkarr no se había equivocado.

Aterrizaron en un aparcamiento próximo a la puerta principal de la nave industrial. Melkarr y Olga, su enfermera, se bajaron rápidamente de la máquina, que aún giraba sus palas vertiginosamente.
Unos policías estaban junto a un hombre, cabizbajo, sentado sobre un bloque de cemento, en la puerta.  Melkarr apenas se percató de él, ya que estaba más atento a las indicaciones de los agentes, que en cuanto los vieron llegar les señalaron el camino que debían seguir para llegar hasta el herido.
Una vez flanqueado el umbral, unos veinte metros más adelante, Melkarr pudo distinguir con claridad el cuerpo inerte de un hombre, de una cierta complexión gruesa, situado boca abajo, o como expresaría en su posterior informe, en decúbito prono.

- Está muerto - apuntó ese policía estándar que hay en cada pueblo y que bien podría llamarse agente Barrilete o sargento Romerales, mientras meneaba la cabeza a ambos lados con los ojos cerrados, en gesto claro de total dominio de una situación vivida mil veces.

Melkarr actuó como si no lo escuchara, se aproximó al desdichado, se flexionó y comprobó por sí mismo que efectivamente sus lesiones craneales eran mortales. Instintivamente miró hacia arriba, intentando recrear mentalmente lo sucedido y pudo apreciar claramente un hueco en el techo de Uralita que había cedido ante un individuo tan obeso.

- Mmm... - pensó el médico detective, encogiendo ligeramente sus párpados - Seguro que había entrado a robar y al buscar por dónde acceder al interior de la nave, se ha venido el techo abajo, incapaz de soportar su gran peso... ¡Pobre desgraciado!

Melkarr bajó la vista y como solía hacer siempre, echó un vistazo al escenario del crimen. Era una nave de mediano tamaño, que en su interior estaba prácticamente vacía. Seguramente acogió a alguna empresa de cierta importancia en otras épocas más prósperas. Ahora sólo parecía servir como aparcamiento y lavado de coches y no con mucho éxito, pues tan sólo había unos cuatro vehículos estacionados de forma dispersa a lo largo de toda la superficie del recinto.

- ¿Tenemos identificado a este hombre? - preguntó Melkarr a Romerales. Lo hizo así, sabedor de que ésa es siempre una buena manera de dirigirse a la autoridad local, más profesional que un ¿sabemos quién es?, o el socorrido ¿Lo conoce alguien?, porque además engloba cualquier hipótesis, incluida la del ladrón incauto/Spiderman que no teme al peligro ni a las alturas.

- Sí, aquí tiene, doctor - dijo Romerales, acercando al médico la tarjeta de residencia del fallecido.
- ¡Gracias! - contestó el siempre educado y exquisito Melkarr - ¿Sabemos qué hacía este hombre arriba? ¿Intentando robar?... - se apresuró a decir, haciendo conjeturas.
- No, no, ¡qué va...! Es un trabajador de aquí.

Tenían que arreglar no sé qué en la azotea - continuó el policía.
- ¡Qué mala suerte!
- Sí, el otro compañero está fuera, con una crisis de nervios. Cuando pueda ¿le importaría echarle un vistazo?

 - Ningún problema. En cuanto termine el papeleo, voy. Pobre hombre - comentaba Melkarr al agente Romerales -  Me lo imagino perfectamente. Debe haber escuchado un ruido, un golpe seco y cuando se ha acercado, se ha encontrado este espectáculo. Tiene que ser terrible que te pase esto, no debe ser plato de gusto encontrarte a un compañero muerto, cuando hasta hacía un rato estaba hablando contigo. Eso impresiona a cualquiera...

- No, doctor... creo que estaban los dos en la azotea...
- Pues ya es mala suerte - pensó Melkarr - que se rompa el suelo y que se caiga uno y se salve el otro...

Mientras Melkarr iba escribiendo, alguien tapó con una sábana el cadáver y poco a poco el interior de la nave se quedó sola, a excepción del médico detective, que iba rellenando de forma detallada su informe, sentado en un rincón, sobre los escalones que probablemente conducían hacia la terraza desde donde cayó el incauto trabajador.

Cuando Melkarr ya tenía prácticamente acabado el informe, se le acercó Albert, el piloto del helicóptero, que venía de la calle.

- ¿Ya te han explicado lo que ha pasado? - dijo con una cara de asombro que Melkarr no comprendió en aquel momento a qué podía deberse.
- Sí, más o menos... - Melkarr hizo una pausa, por si acaso se estaba perdiendo alguna información importante y le dejó hablar: - Pero bueno, cuéntame tú... ¿qué te han dicho? Yo es que me he quedado aquí escribiendo...
- Pues que estaban trabajando en la azotea, se rompió el techo y han acabado en el suelo, uno sobre otro...
- ¡Nooo! - dijo Melkarr sorprendido - ¡Increíble! ¿Y cómo está el otro?
- Está viéndolo Olga, la enfermera, pero parece que no tiene absolutamente nada...
- Vaya, pues tendré que rehacer el informe entero - replicó Melkarr.
- Yo me voy para afuera, por si Olga necesita alguna cosa.
- Muy bien - dijo Melkarr - ahora salgo.

Melkarr rompió el informe, cogió otra hoja y volvió a escribir de nuevo. Mientras iba redactando lo sucedido no pudo evitar pensar en las dos caras de la moneda que tiene la suerte:
"Dos compañeros caen de un tejado, al romperse el suelo que los separa del vacío, uno gordo y el otro no tanto como el primero. El gordo cae más deprisa y eso hace que el más delgado caiga sobre él, amortigüe la caída, terminándolo de reventar contra el suelo, salvándose el flaco..." - pensó Melkarr - "la de cosas que uno tiene que ver... Este trabajo nunca dejará de sorprenderme... A ver cómo escribo todo esto en el informe..."

Cuando ya tan sólo faltaba la firma, apareció de nuevo Olga:
- ¿Ya te han explicado lo que ha pasado? - le preguntó al médico.
- Sí, ya me lo contó Albert. La verdad es que ese pobre ha vuelto a nacer... ¿Cómo está?
- Con una crisis de nervios.
- Pues voy a verlo.

Melkarr se levantó, con su informe en la mano y se fue al exterior, mirando de reojo la sábana blanca que dejaba sin cubrir los zapatos de aquel desdichado.

Melkarr se encontró fuera de la nave a un hombre, sentado sobre un bloque de cemento de obra, con las rodillas flexionadas y sujetándose la cabeza con ambas manos, sollozando.

- ¿Qué tal?, ¿Cómo se encuentra? - se apresuró a preguntar el médico.
El hombre levantó la cabeza, buscando con sus ojos húmedos la mirada de Melkarr y cuando la halló, le dijo:
- Doctor, ¿está muerto, verdad?
- Sí, no se puede hacer ya nada por él.
Aquel hombre empezó a llorar de nuevo, se repuso un instante y volvió a mirar al médico-detective, como buscando su redención, diciendo:
- ¡Lo he matado! ¡Me lo he cargado!
- No, hombre, no... - dijo el médico intentado consolarlo - No es eso... Ha sido una cuestión de mala suerte. No se culpe...
- Ya, claro... Mala suerte... Me encantaría cambiarme por él y que hubiese sido él el que se hubiera caído...

Melkarr frunció las cejas. Miró extrañado a Olga. No entendía nada.
Se separó del paciente y agarrando a Olga del brazo, le dijo casi susurrando:
- ¿Pero no se han caído los dos?
- No, Melkarr... Por eso te pregunté si sabías lo que había pasado y me dijiste que Albert te lo había explicado... Pero veo que no...
Melkarr arqueó la ceja izquierda, tal y como hacía cuando oía algo con cierto escepticismo:
- ¿Me lo explicas? 
Y escuchó atento las palabras de Olga:

- Este señor que tienes delante con la crisis de ansiedad se subió al tejado a reparar una antena. Él solo. Cuando de repente, el suelo, es decir, el techo, se rompió, se precipitó al interior de la nave. Mira que es grande la nave, pero tuvo la mala suerte de que su compañero, justo en el momento de la caída, se encontraba en el peor lugar que podía estar: debajo del hombre que caía del cielo. El impacto tuvo que ser tremendo. Ya lo has visto. Está muerto. En cambio el hombre volador aterrizó en blando y como has podido comprobar, no tiene ni un solo arañazo...

- Me parece que voy a tener que escribir mi informe otra vez - contestó lacónicamente Melkarr en un tono de resignación.

Y una vez más, gracias a la sagaz inteligencia del médico-detective Melkarr, todos los misterios quedaron desvelados y un nuevo caso quedó resuelto.
El astuto detective, una vez terminado el informe por quincuagésima vez, en compañía de sus ayudantes, subió a su helicóptero y con la misma velocidad con la que habían aparecido en el lugar del crimen, despegaron y surcando los cielos, se fueron convirtiendo en un punto insignifante en el horizonte, hasta desaparecer por completo.