jueves, 20 de noviembre de 2014

Sueños Cumplidos


No soy una persona obsesionada con la colecciomes. Nunca lo he sido. He conocido gente ya adulta y bien adulta, que son grandes y apasionados coleccionistas: de cromos de fútbol (de todos los años y todas las temporadas), coleccionistas de bolígrafos de propaganda de laboratorios médicos, sé de un coleccionista de chapas de corona de cervezas del mundo, de un coleccionista de relojes de pulsera y jarrones, o incluso, lo más original, conozco una curiosa coleccionista de guagüitas de barro hechas a mano, que expone orgullosa en una estantería de su casa.
 
De niño intenté apuntarme a alguna colección en la época del colegio. No era cuestión de ser un bicho raro, así que tal y como hacían los demás, comencé a coleccionar los cromos de Marco, Heidi, Ruy el Pequeño Cid, o cualquiera que te daban con los yogures Danone. En los recreos se producía un mercadeo importante y allí me llevaba mi tocho de cromos, que llamábamos estampas y una lista con números, donde iba tachando los que iba consiguiendo, llevando el control de los que aún me quedaban por completar. Con el tiempo llegó la época en la que te ibas haciendo mayor, confiaban en ti tus padres y así orgullosamente llevabas en tu bolsillo las llaves de casa. De la necesidad, surgió una nueva colección nada singular: ir acaparando llaveros, que al final acabaría regalando porque era una colección que no me aportaba nada especial, salvo el ir variando cada semana mi manojo de llaves, dándole un toque pintoresco y cambiante a mi bolsillo.
 
Un día empecé a ir guardando algo distinto. Supongo que así empiezan las colecciones. Cuando tienes tres o cuatro cosas iguales, es entonces cuando piensas: ¿Y si hago una colección? Y ya estás perdido. Empieza una carrera sin fin, cuya única salida es el abandono. Pues bien, mi colección original era a base de esos cartones plastificados de los aviones donde se reflejan las salidas de emergencia y se explica cómo colocarse las mascarillas en caso de despresurización de la cabina. Me encantaba ser distinto y único, hasta que un buen día descubrí que esa colección ya se le había ocurrido a mucha gente en el mundo, así que de original nada.
 
Aún conservo los cientos de tarjetas de seguridad con las que me he ido haciendo a lo largo de los años. Ya no es tan glamouroso como fue concebida en un principio, pero la colección continúa creciendo exponencialmente, hasta que llegue un día en el que como en los duelos del Oeste, me planteen que en nuestra casa sobramos uno de los dos.
 
Hace unos días he empezado una nueva colección. De la misma manera que siempre se empiezan las colecciones. Me encontré que tenía varias cosas iguales y me he animado a hacer la más bonita y original colección que nadie ha hecho jamás: coleccionar sueños imposibles que se han llegado a cumplir. Ésta es mi colección:
 
Mi primer objeto lo recogí en el año 2000. Era el primer día de clase de mi curso de controlador aéreo. Estaba en un aula donde no conocía absolutamente a nadie. Éramos todos gente de la misma edad, venidos de partes distintas de España, con estudios diferentes, pero con un fin común: llegar a ser controladores de tránsito aéreo.
Aquel día conocí a mi amigo Héctor. Era fácil de deducir su origen viendo la forma como vestía, con esa costumbre tan barcelonesa de llevar las camisas de manga larga, sueltas, por encima de los pantalones. Me hizo gracia su sonrisa de niño travieso acompañada de esa media melena. Con Héctor congenié enseguida y desde el primer momento, me cautivó su humor rápido, inteligente, con gran dominio de los juegos de palabras, que improvisaba a gran velocidad. Desde aquellos primeros días supe que íbamos a ser amigos. 
 
En algún momento de aquel curso, siempre acababa surgiendo la pregunta:
- ¿Cómo es que quieres ser controlador aéreo?
Sin rubores, muchos te confesaban que era porque querían ganar mucho dinero. Otros porque les encantaba la aviación, pero no hubo otra respuesta más curiosa que la que me dio Héctor y que se ajustaba mucho a su forma de ser, como he podido comprobar con el paso de los años:
- La verdad es que yo estoy aquí por casualidad. Estudié Ingeniería en Barcelona, pero en realidad todo esto lo he hecho porque lo que quiero llegar a ser algún día es músico.
 
Esta filosofía de vida probablemente le ha hecho a Héctor darle importancia a las cosas que realmente merecen la pena para él, que no son otras más que sus sueños.
Casi diez años más tarde me llevé una gran sorpresa. En mi buzón apareció un regalo de Héctor: su primer CD.
Héctor es el fundador de un grupo que toma su nombre, como claro homenaje a su profesión de adopción: My Airport.
Desde entonces voy siguiendo su evolución y sus conciertos en Gran Canaria. Sé que aún tiene mucho recorrido musical por delante, pero lo más importante lo ha conseguido: Héctor ha cumplido su sueño.
 
En mi colección tengo otro objeto muy bonito. Este lo conseguí mucho antes. Me tengo que remontar al año 1991. En la Facultad de Medicina conocí a una persona muy especial. Se llamaba Ana. Tenía un magnetismo que lograba que muchos estuviésemos siempre a su alrededor. Era muy inteligente, divertida, guapa, sensible y alegre. Su vida iba más allá de lo que se supone que es un estudiante de Medicina, que sólo piensa, lee, disfruta y a veces se apasiona con la Medicina. Ana era otra cosa. La Medicina era importante para ella, pero escribir lo era aún más.
 
Un grupo de estudiantes con grandes inquietudes, decidió sacar adelante un periódico para la Facultad. Se llamaba La Fístula. Bajo ese terrible nombre que nunca me gustó, entre otros, estaba Ana como fundadora, redactora y alma máter del proyecto. Yo me dejé arrastrar por la idea, aunque en realidad era ella la que me arrastraba a estar allí. Mi colaboración con La Fístula no fue más allá que unos pequeños artículos sobre erratas en apuntes y poco más. Mi prosa no era ni mucho menos como la suya, siempre elegante en todas las ocasiones y cuando la realidad del momento lo pedía, mordaz e irónica, pero siempre con un fino humor que nunca ha abandonado.
 
Un día Ana me hizo un regalo precioso: me regaló un libro de poemas escrito con su puño y letra. Una carpeta con un montón de folios donde se agolpan versos y versos de una sensibilidad exquisita y una belleza que el tiempo no ha mellado ni un ápice ninguna de sus hermosas aristas.
En aquellos tiempos no dudaba que Ana sería una médico excelente, cariñosa con sus pacientes, preocupada por sus semejantes, estudiosa, responsable, entregada a su profesión... Por supuesto, mucho mejor médico que yo. Pero como lo fueron otros grandes Doctores de tiempo atrás, con una formación más humanista, los Cajal y Marañón que nos precedieron, tenía bien claro que Ana necesitaría algo más para tener todos sus sueños realizados: escribir algún libro.
 
Han pasado todos estos años y Ana es Médico de Familia, Anestesista, esposa, madre de dos niños preciosos y además, feliz, porque es escritora.
Ha sido autora de varios blogs, uno de los cuales ha sido de los más visitados en este país. Fue precisamente tras leer su blog, lo que me inspiró a comenzar éste. Ella me dio los primeros consejos y debo confesar que cuando lanzo un post al aire me da un poco de rubor saber que alguien tan bueno en esto como ella, va a acabar leyendo lo que escribo. 
Pero no todo ha quedado aquí. Seguro que me quedo corto, pero creo que Ana ya ha publicado cinco libros (¿O son seis, Ana?).
Me encanta leer lo que escribe, disfrutar con sus líneas y que me acompañe en el camino de la lectura. Me siento orgulloso de haberla conocido y cuando sea mucho más famosa, mucho más de lo que ya es, diré con gran soberbia y pomposidad, que yo ya sabía desde hace muchos años, que sus sueños de escritora algún día se harían realidad.
 
Hace unos días que he podido completar mi último objeto para mi colección. Para explicarlo me tengo que remontar hasta 1986, hasta mi época del Instituto.
En aquellos años de Secundaria, donde se van formando futuros adultos y vocaciones, volvimos a encontrarnos juntos David Cánovas y yo. Habíamos estado en el mismo colegio y posteriormente, al irnos al Instituto Poeta Viana, volvimos a encontrarnos.
Todos nosotros navegábamos sin rumbo fijo, en cuanto a que no sabíamos apenas a qué dedicaríamos el resto de nuestras vidas. David lo tenía muy claro: Quería ser director de cine.
En aquel tiempo de bachillerato hizo amistad con mi primo José Amaro, el otro gran escritor que he tenido la suerte de conocer en persona a lo largo de mi vida.
Y en aquel momento surgió una colaboración entre ambos, que ha perdurado. José Amaro escribía los guiones y David dirigía. Al principio fueron pequeñas películas caseras rodadas con una cámara de VHS, que poco a poco fueron avanzando en madurez y en recursos técnicos.
José Amaro tomó un camino paralelo, como profesor de Secundaria, porque la vida te lleva por donde quiere y aunque rememos, no dejamos de estar a merced de la corriente.
David insistía en lograr su sueño y tras estudiar en Madrid dirección, sus mayores metas alcanzadas, no eran más que ser realizador de algún programa de televisión de escaso éxito.
De vez en cuando se reunían y las líneas paralelas de los dos amigos, volvían a converger, contagiados de ilusión y tenacidad por lograr algún día ese sueño tan deseado. De su trabajo en común sacaban algún proyecto materializado en un cortometraje, que con suerte, cuando tras mucho esfuerzo era rodado, acababa siendo emitido en alguna sala de proyección de Tenerife.
 
Empezar en el cine es muy difícil; hacerlo en un lugar como Canarias es prácticamente imposible. ¿Cuántos directores de cine canarios somos capaces de recordar? De momento, ninguno. De aquí a unos años, la respuesta será David Cánovas.
 
Fruto de aquellos cortos, el tandem José amaro/David tocó el cielo con la yema de los dedos. En 2005 estuvieron nominados a los Goya por su corto El intruso, que es un soberbio homenaje al Film Noir, pero sobre todo, al propio cine.
Nunca había seguido tan en directo una ceremonia de entrega de premios cinematográficos como aquellos. Y jamás me había sabido tan amarga una derrota en los premios del cine, como aquella noche.
 
La vida no está hecha para los segundos. Nadie recuerda a los que casi ganan y David y José Amaro, no volvieron a alcanzar un éxito igual. Ese casi-casi, ha sido su techo.
Sé que desde al menos 1986 David quiere dedicarse al cine. Probablemente su vocación empezó antes, quizás mientras jugábamos en los patios del Colegio Hispano Inglés y cambiábamos nuestras estampas de Marco o Heidi.
Hace unas semanas obtuve este objeto para mi colección. David ha tenido su premio. Por fin, después de todos estos años, muchos, muchos, muchos, quizá demasiados, por fin, va a rodar su película. Estarán en ella Maribel Verdú, Carmelo Gómez, y con él, como ha sido siempre, su gran amigo, José Amaro, adaptando un guión, de lo que será el primero de muchos largometrajes más: La punta del iceberg.
 
El año que viene iré al cine, me sentaré junto a Lou y compartiremos un enorme cubo de cotufas y cuando se apaguen las luces y comiencen los títulos de crédito, le diré que aunque no se lo crea, yo sabía desde que era pequeño que eso iba a suceder, que el sueño se iba a cumplir...
 
Un buen coleccionista disfruta de sus posesiones, pero no lo hace del todo hasta que consigue atrapar a algún incauto que se acerca y le enseña orgulloso sus piezas. A mí también me sucede lo mismo con esta colección tan personal. Por eso he dejado para el final el mostrarles lo mejor de mi colección de sueños cumplidos. Esta pieza me ha costado mucho tiempo y esfuerzo conseguirla. Casi, diría, una vida entera.
Tengo mucha suerte. La vida me ha dado el mejor regalo que jamás había soñado conseguir:
No debía estar allí, pero la casualidad o el destino, hicieron que allí me encontrara, y que el lugar y el tiempo de ambos coincidiera totalmente. De Madrid no éramos ni ella, ni yo, pero algo o alguien quiso que conociéramos aquel día de diciembre.
Hablamos mucho, pero no me dijo lo que me tenía preparado para el resto de mi vida: la Princesa Marta la Meticulosa, Guille el Caballero Andante y nuestra querida Princesa Clara, cuyo sueño para el futuro es algún día casarse conmigo.
 
Lou es lo mejor de esta colección tan única y especial. Cuando ella decidió compartir su vida conmigo, descubrí que era mucho más de lo que jamás había soñado.