lunes, 4 de mayo de 2015

La elegancia



















Ya sé que cada vez me prodigo menos. Lo sé. Mi blog se ha visto muy resentido últimamente. Pero no es porque mi inspiración se haya secado. Todavía tengo muchas cosas para contar, pero si no lo hago con la misma frecuencia, al menos tengo dos excusas muy buenas que pueden ayudarme a justificar mis ausencias:
Una causa es mi dedicación casi exclusiva a mi ópera prima, mi novela Suburbia, que espero terminar en breve y que está ya en el tramo final. Suburbia es una intensa amante que requiere de todo el tiempo que puedes darle; la tienes a todas horas presente en tu pensamiento, recreando sus movimientos, sus giros, sus palabras, sus frases, sus momentos dulces y aquellos que prefieres olvidar rápidamente. Creo que hasta alguna noche que otra me la he llevado a la cama y ha estado acompañándome en mis sueños. La muy ingrata no tiene suficiente con todo lo que le puedes llegar a dar y todavía quiere más y más... Se ha llevado mucho de mí, de mis ideas, de mi ser... Ahora lo único que espero es lograr tener fuerzas para acabar con ella pronto y uno de estos días, cuando menos se lo espere, sorprenderla y armándome de valor, decidir abandonarla y comenzar una nueva historia con otra. Espero que sea un bonito final, pues como muchas de las cosas en la vida, el saber cómo terminar puede ser tan importante como todo el camino recorrido. 

La segunda causa, más peregrina y menos original que la primera, se debe a mi nuevo trabajo. Si bien es cierto que esta última excusa viene a ser la que tiene cualquiera cuando te dice que "me encantaría escribir, pero no tengo tiempo...", yo la cambiaría por esta otra más real, que vendría a ser: "cuando por fin tengo tiempo, cosa que sucede al final del día, ya estoy agotado para ponerme a escribir...".

Sí, ya lo sé... Que no valen excusas, ni lo uno ni lo otro...  Por eso, robando tiempo a Suburbia, (que mi editor me perdone), estoy ahora escribiendo estas líneas, aprovechando que hoy no tengo oficina. Esa oficina que me ha dado tantas oportunidades nuevas en mi vida, como es el haberme brindado la posibilidad de vestir tan elegantemente. Entendiéndose por elegante la posibilidad de llevar corbata, aunque no me extenderé sobre este delicioso tema, porque precisamente sobre este tema ya lo hablé en otra ocasión hace pocas semanas.

Pero aunque haya disertado en profundidad sobre la corbata, tan importante como la propia corbata es el resto del conjunto que rodea esa prenda. Pero más trascendente aún es algo difícil de definir, algo intangible, que se tiene o no se tiene y cuando lo posees, es como un faro que ilumina todo: La clase, la elegancia o el estilo.

Para poder definirlas, me he puesto a buscar frases de gente legendaria, como lo fue Balzac, que dijo: "La elegancia es la ciencia de no hacer nada igual que los demás, pareciendo que se hace todo de la misma manera que ellos".
"El estilo es el hombre mismo"  escribió George Luis Leclerc, Conde de Buffon.
O como dijo Flaubert: "El estilo es como el agua, es mejor cuanto menos sabe".
Y volviendo al novelista  Honoré de Balzac, que pensaba que "El bruto se cubre, el rico se adorna, el fatuo se disfraza, el elegante se viste".

Y ahí estoy yo, con esa clase, esa percha y esa elegancia, que hace que los trajes realcen mi figura y mi porte.
Y si no lo creen así, les remito a una buena mujer que da vueltas por los alrededores de la estación de Sants. El otro día me encontré con ella cuando salía de trabajar.
A pesar de haber pasado diez horas metido en la oficina, mi traje estaba impecable, con la corbata como recién salido de casa, tal y como debiera vestir un perfecto caballero. Si mis padres me vieran, estarían muy orgullosos del hijo tan elegante que tienen.
Salí por la puerta de la oficina y comencé a encarar la subida hacia casa. Llevaba recorridos unos diez metros de camino, cuando me detuvo esta mujer.

- ¡Perdone, señor! - me dijo, interrumpiendo inconscientemente el gesto de mi mano que llevaba desde mi bolsillo a mis oídos, unos pequeños auriculares blancos con los que amenizar mi paseo - ¿Sabe si hay una iglesia por aquí?

En un primer momento pensé: Hoy es miércoles, son más de las ocho de la tarde, por tanto, no creo que me lo pregunte porque quiera ir a misa...
Luego, al fijarme en sus ropas un tanto andrajosas, deduje que sus intenciones debían ser el ir buscando un albergue, o ropa de segunda mano o algún lugar donde pedir, como las puertas del templo.
Me puse a darle vueltas sobre la posible ubicación de una iglesia por los alrededores, pero la verdad es que no le pude decir de alguna que recordase que estuviese cerca. 

- La verdad es que no me suena ninguna iglesia cerca de aquí - le respondí. 
Después de decirle esto y viendo su imagen y la mía, ya sólo me tocaba esperar que me pidiese limosna.

- Perdona... - añadió - Te lo preguntaba porque como vas así, vestido como un curita...

Viendo que ya no le era útil, se dio la vuelta y se fue a preguntar a otro transeúnte. Yo me ajusté un poco la solapa de la chaqueta, me abroché los botones, me coloqué los auriculares, encendí la música y me acordé de su madre...